Bien conmigo
Aprendí a ser mi propia compañía sin sentirme incompleta. Al principio, costó entender que salir sola a un restaurante no era tristeza, sino libertad. Que sentarme frente a un plato delicioso, sin alguien del otro lado de la mesa, no era soledad… era presencia. La mía. Empecé a disfrutar el ritual de arreglarme para mí, de caminar sin apuro, de escoger un vino o un postre como si fuera un regalo.
Porque lo es.
Dejé de esperar que alguien llegara a llenar mis vacíos y empecé a llenarlos con amor propio, con silencio nutritivo, con conversaciones conmigo misma que me enseñaron más que cualquier cita.
Me convertí en mi lugar seguro, en mi plan favorito, en mi mejor compañía.
Y ahora sé que el amor que espero no es cualquiera. No es un parche, ni una distracción. Es alguien que sepa acompañarme sin opacarme, que admire mi plenitud y quiera sumarse a ella.
Mientras tanto, sigo eligiéndome todos los días. Porque cuando el correcto llegue, me encontrará completa, en paz… y feliz.